Fernando Straface (Universidad Austral) y Fabio Quetglas (UBA) —moderados por Juan Carlos Venesia (IDR)— desmenuzaron la pregunta que desvela a la Argentina productiva y política: ¿tenemos un país con regiones o regiones que buscan un país? Con diagnósticos complementarios, ambos trazaron un mapa de oportunidades geoeconómicas, riesgos de desafección territorial y una agenda concreta para rehacer los consensos que permitan sostener un desarrollo federal contemporáneo, más cerca de internet y las cadenas globales de valor que de los viejos caudillos.
Un disparador necesario
Venesia abrió el coloquio situando el ciclo “Desarrollo y Región” en una agenda que el IDR viene hilvanando desde comienzos de año: fiscalidad, coparticipación, federalismo, geopolítica y la tensión AMBA–interior. La pregunta bisagra —“Argentina: ¿un país con regiones… o regiones sin país?”— sirvió para interpelar no solo el modelo de desarrollo inconcluso desde 1983, sino la calidad de los bienes públicos nacionales indispensables para cualquier proyecto federal.
“Los motores del crecimiento hoy están federalmente distribuidos”, arrancó Straface, anclando su tesis en una evidencia que la Bolsa de Comercio de Rosario ilustra cada año: provincias con perfiles exportadores crecientemente diversos y orientados a demandas globales estratégicas (energía, minerales críticos, alimentos, economía del conocimiento).
Desde ese prisma de “geoeconomía” —la intersección entre economía internacional y geopolítica—, Straface añadió un dato menos transitado: la paz de Argentina y la región como ventaja competitiva en un mundo turbulento, incluso para imaginar hubs energéticos estables (mencionó la idea de un pequeño nodo de energía nuclear patagónica para centros de datos de alcance global).
Diplomacia subnacional y “solapamientos” regionales
El primer bloque puso foco en un fenómeno que gana densidad: la diplomacia subnacional. Provincias que, sin desvincularse del marco nacional, tejen relaciones directas con países clave según su dotación de recursos. El ejemplo paradigmático: el triángulo del litio (Jujuy–Salta–Catamarca), cuyas interacciones con Estados Unidos y China exceden el rótulo del “Norte Grande” y conforman subregiones funcionales guiadas por su inserción productiva internacional.
“Está emergiendo un plano nuevo de regionalización en Argentina —dijo Straface—, solapado a las regiones históricas, que responde al perfil exportador y a la tracción de la demanda global.”
A ello sumó el rol de las ciudades en agendas globales con epicentro urbano (cambio climático, migraciones), evocando la experiencia del Urban-20 durante el G20 Buenos Aires 2018.
Quetglas: el orden territorial es una decisión política (y duele)
Fabio Quetglas recogió el guante con una advertencia histórica: cuando decimos que “Argentina se integró al mundo” a fines del XIX, en rigor se integró la Pampa Húmeda. Allí se concentró la renta y el salto de modernización (puertos, ferrocarriles, contratos, servicios profesionales), mientras NOA y NEA quedaron rezagados y la Patagonia se integró con otras lógicas.
“La organización territorial no es un hecho natural: es una consecuencia política”, remarcó. Y añadió un pronóstico demográfico que debería estar en todas las planillas: “A 250 km al este de la cordillera, la población podría triplicarse en la próxima década. Ese corrimiento de masa crítica reordenará empleo, servicios e infraestructura”.
El contrapeso: el tránsito será estresante. La nueva economía —real, exportadora, de alto valor— es menos empleo-intensiva que la vieja industrialización sustitutiva. “Podemos perder miles de empleos en el Gran Buenos Aires y crear cientos en zonas cordilleranas. Y la gente no es fungible”, graficó, poniendo nombre a un problema de movilidad territorial, calificaciones y arraigos.
Tensiones, identidades y el fantasma de la desafección
El debate abrió el capítulo político-institucional: ¿la emergencia de regiones productivas “de éxito” implica una desestructuración del Estado nacional? ¿Crece el riesgo de narrativas separatistas? Quetglas, sin minimizar movimientos retóricos (“MendoExit”, “República de Santa Fe”), bajó la espuma: Argentina no es España ni Bolivia en materia de conflictos territoriales, pero no conviene dormirse.
Straface coincidió y sumó variables sociológicas: desafección con lo nacional, localización de la disputa política, crisis de representación. En ese marco, propuso ensayar lo impensado en coparticipación: “¿Y si pensamos coparticipar por regiones —con compensación intrarregional— en lugar de por provincia, atendiendo producción, empleo y demografía?”.
Migraciones: el activo intangible subestimado
En un pasaje tan poco frecuente como potente, Quetglas lamentó dos oportunidades perdidas: la posibilidad de atraer migrantes calificados tras la caída del Muro de Berlín y, más cerca, de convertir en política de Estado la buena gestión social que el país exhibe en su recepción de migrantes recientes (como los venezolanos). “Tenemos receptividad social que no abunda en el mundo; en un contexto de relocalizaciones y guerras, podríamos —planificando— poblar y repoblar con sentido productivo y territorial”, sostuvo.
Straface hiló esa idea con otra gran tendencia: un mundo con menos gente. Para un país “demasiado grande para tan poca población”, repoblar inteligentemente no es eslogan, es política estratégica.
¿Hay sistema político para sostener la oportunidad?
Venesia trasladó al terreno partidario una inquietud del público: ¿existe un sistema político nacional capaz de integrar estas transformaciones sin fracturas? Straface fue optimista: ve en muchas provincias liderazgos modernos con vocación de acción colectiva y anticipa —si se logra una síntesis nacional compatible— un ciclo de liberación del potencial productivo.
Quetglas sumó realismo: si bien se perfila un “centro pragmático” dispuesto a evitar “locuras”, al reformismo le falta contemporaneidad: hablar de IA, territorio inteligente, estrategia geopolítica y productividad; salir del reflejo defensivo y convocar conocimiento.
“Se necesitan tres buenos gobiernos consecutivos para consolidar un modelo de desarrollo —recordó Straface—. Chile, Uruguay, Brasil, España e Inglaterra acumularon ciclos virtuosos. Argentina no encadena tres desde Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca.”
Hacia una agenda ejecutiva (si mañana hubiera una Secretaría de Organización Territorial)
Sobre el final, Venesia pidió “tres imprescindibles” si hoy hubiera que armar un gabinete para ordenar el territorio y la inserción:
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Estrategia internacional federal (Straface): lineamientos únicos de política exterior con ventanas subnacionales para energía, minerales críticos, bioeconomía y servicios basados en conocimiento; diplomacia presidencial coordinada y capilaridad provincial.
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Plan nacional de repoblación y movilidad (ambos): incentivos a migración calificada, corredores logístico-habitacionales y servicios donde crecerá la masa crítica (franja cordillerana); formación técnica y matching de habilidades; vivienda e infraestructura.
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Nuevo federalismo fiscal-productivo (ambos): coparticipación regional con compensaciones intrarregionales; criterios de empleo, productividad y demografía; fondos de convergencia ligados a metas verificables; estabilidad macro y reglas pro-inversión.
Como método, Quetglas propuso una señal cultural: convocar a los que saben, tejiendo una deliberación sostenida (“72 horas con equipos especializados para leer el mundo y diseñar instrumentos”).
Epílogo: más internet que caudillos
El cierre del debate dejó una imagen potente: el federalismo argentino del siglo XXI ya no puede pensarse en clave de caudillos, pactos episódicos o liderazgos personalistas, sino en términos de redes, información y conectividad. La metáfora “más internet que caudillos” resume un cambio de paradigma: la cohesión territorial y la integración nacional dependerán cada vez más de la capacidad de articular plataformas digitales, infraestructura de comunicaciones y circuitos de conocimiento compartido que trasciendan las fronteras provinciales y las coyunturas políticas.
En un mundo interdependiente, donde las regiones compiten y cooperan a partir de datos, innovación tecnológica y cadenas de valor globalizadas, el desafío argentino consiste en dotar a su federalismo de un soporte digital y productivo, más que de pactos de poder tradicionales. Internet —como sinónimo de transparencia, acceso a la información y conexión de actores dispersos— se convierte en la herramienta que puede democratizar oportunidades y reducir asimetrías.
En este sentido, el “nuevo federalismo” no se jugará solo en las mesas de negociación política o en las disputas fiscales, sino en la capacidad de diseñar políticas públicas que potencien la conectividad, la educación digital, el acceso a la información y la infraestructura tecnológica como bienes públicos estratégicos. La consigna es clara: sin redes de fibra, sin innovación y sin inteligencia colectiva, el federalismo corre el riesgo de reproducir viejas desigualdades bajo nuevas formas. Con ellas, en cambio, puede emerger una Argentina que aproveche sus recursos, fortalezca sus regiones y construya un país integrado, moderno y competitivo.